Estado Bolívar, una de las tantas cunas que tiene la nación, ha visto nacer a Venezuela más de una vez, en su historia, en su progreso económico, en sus tradiciones, en sus personajes
que engalanan los libros de historia y en el día a día con el trabajo y
la personalidad de su gente que se levanta temprano, que sale a la
calle a crearse un porvenir y con el suyo el de toda una región y un gentilicio, la mezcla que significa ser bolivarense está presente en todo lo que se es y lo que se hace en este estado.
En cocinas de los hogares de Bolívar aparecen los olores y sabores únicos por su origen, prestados a los inmigrantes de otras zonas y de otras nacionalidades, transformados por las manos habilidosas y los fogones caseros, y milenarios
por provenir de la alacena del planeta, todos a la vez conforman un
conjunto de características que serían imposibles de juntar en otro
lado, pero que son tan comunes que literalmente pueden probarse en cada
esquina.
La música nunca abandona las actividades de los lugareños, desde el calipso con su crisol cultural en cada nota, a los sonidos del llano, a las influencias brasileñas, a las universales, todo suena a una misma cosa, al mismo estado, a las mismas texturas.
Historia se hace todos los días, pero esas páginas cotidianas se pasan con la ayuda de los próceres y de los lugares que mucho antes vivieron para construir y formar una bandera, una tierra y un sentimiento que hoy sobrevive en todo aquel que vive y hace suyo al estado más grande del territorio nacional.
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